Amigos aficionados…
Una mañana de noviembre de 2023, antes de torear en el ruedo de Xmatkuil, sereno, como quien ha peleado con la vida, o con la muerte, más que nadie, Saúl Jiménez Fortes se sinceró diciendo que “cuando te juegas la vida, y sales vivo, es como recibir el regalo más grande del cielo. Y te puede quedar un 1 por ciento y ese 1 por ciento te hará seguir peleando”.
Malagueño, hijo de una novillera, Mary Fortes, y un empresario taurino, adoptó la profesión de torero a pesar adorar la carrera de ingeniería industrial. Vive por gracia de Dios. Charló con un auditorio ávido de saber de él, con aficionados de viejo cuño como el contador Carlos Pasos, el químico Víctor Sierra, el biólogo Jorge Lechuga, y la torera Lupita López, con el que escribe, siendo el gestor de esa amena, enriquecedora charla. Igual estuvo un día antes con el empresario Alberto Hagar contando sus desafíos con las astas del toro y las manos de los médicos.
¿Cuál fue la ganancia de aquella plática en la Avenida Colón? Conocer de primera mano lo que dice el hombre que, ayer, puso de acuerdo a todos en la Plaza de Las Ventas, toreando como sólo pocos pueden hacerlo en San Isidro. Saber que, el hombre con el cuerpo lleno de cicatrices, el padre de familia, el máster de coaching, el hijo de gente del toro, sólo quiere convencerse y convencer que, cuando se torea con el corazón, los olés son más sentidos.
Ayer, la cátedra de Las Ventas, donde un toro le perforó el cuello, volvió a decir que Fortes es un “torero de Madrid”. El café en Mérida tiene más valor con las confesiones humildes de un matador de toros.
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