Tengo esta teoría: una de las causas de la maldad es la ignorancia. ¿Quién puede ser malo después de leer el Quijote, “David Copperfield” o “Los hermanos Karamazov”? Las lecturas, como los viajes, nos hacen tolerantes. Claro, leer es siempre mejor que viajar. Los viajes ilustran, ciertamente, pero también estriñen. Los libros ilustran, nada más.Esta teoría de la cultura como camino a la bondad encuentra una gravísima excepción en Woody Allen. Pocas personas tan cultas como él habrá en este planeta. Es notable escritor, actor extraordinario, músico apreciable, cineasta a quien se otorga ya la categoría de clásico. Y, sin embargo, ha sido capaz de atrocidades que indignan, a cuyo lado las torpezas de los mayores pederastas son meras travesuras. Leer las memorias de Mia Farrow, pareja de Woody Allen durante algunos años, es penetrar en un museo de horrores.TE PUEDE INTERESAR: Saltillo: Una mujer vestida de negroDesde que leí el libro de la actriz miro con otros ojos las películas de Allen. Reconozco que en mi actitud hay tufos de moralina, pero ni modo. Nuestros padres no saben el daño que nos hicieron al darnos una estricta educación moral. Lo cierto es que la obra de un artista vale por sí misma, independientemente de la vida y carácter de su autor. Los peores vicios y depravaciones no alcanzan a empañar la pureza del arte. Díaz Mirón, por citar un ejemplo mexicano, fue diputado federal, y eso no quita mérito a su poesía. El verdadero nombre de Woody Allen es Allen Königsberg. He ahí uno de sus chistes involuntarios, si bien de los menos conocidos. Con los demás podría llenarse una biblioteca. Así como Lope de Vega hablaba en verso sin darse cuenta, este otro monstruo de la naturaleza habla en chiste sin proponérselo. Hace poco le preguntaron si no le daba miedo ser parroquiano asiduo del restorán “Sparks Steak House”, de Nueva York, lugar donde se han registrado varios tiroteos por ser sitio concurrido de la mafia, y donde fue asesinado el conocido maleante Paul Castellano. Respondió él:–No temo ir a ese restorán. Siempre pido que me den mesa en la sección de no matar.Quiso saber un periodista si había alguien en el mundo a quien odiara con toda su alma.–Sí –contestó Woody Allen–. A una mujer que me despertó en el teatro cuando la obra “Cats” todavía no terminaba.Judío, hace bromas con lo judío.–¿Cómo podría olvidar el día en que la conocí? –dice con tono romántico hablando de una antigua novia–. Era el aniversario del natalicio de Hitler.En sus películas bromea sobre el sexo, que es una de las cosas más serias del mundo. En un filme su esposa le reclama: –¿Cómo podemos tener hijos, si te masturbas dos o tres veces al día?Y él se enoja:–¡Con mis hobbies no te metas!También juega a propósito de la inmortalidad: –¿Que si me gustaría vivir en el recuerdo y en el corazón de mis fans? Prefiero seguir viviendo en mi departamento.Igualmente hace bromas con la muerte:–No tengo miedo de morir, pero no quisiera estar ahí cuando eso pase. Me gustaría conocer la fecha y hora de mi muerte, y saber si es necesario llevar saco y corbata.Tiene fe en Dios, pero a su modo:–¡Dios mío, mándame una señal! ¡Haz un depósito a mi nombre en algún banco de Suiza!Woody Allen… El más sofisticado cineasta de nuestro tiempo. Y sin embargo dice: “…No he sido nunca un intelectual. No desperdicio mis noches hablando de Kierkegaard. Soy el tipo que llega por la noche a su casa del trabajo, se quita la camisa si está haciendo calor, abre una cerveza y se pone a ver en la tele un partido de beisbol…”.
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