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Cruzar el Río de la Plata: el trayecto también importa

Cruzar el Río de la Plata: el trayecto también importa

Cruzar el Río de la Plata en ferri era, para mí, casi una obsesión. Representaba la posibilidad de atravesar por mar una frontera por primera vez en mi vida, y de experimentar esa sensación de estar a bordo de un vehículo al que no estoy habituado, con todo lo que eso implica. Parecía un niño, invadido por la emoción de lo nuevo. Volteaba a mi alrededor para ver si alguien más compartía ese entusiasmo: algunos sí, unos con más miedo, otros con más curiosidad, pero a la inmensa mayoría no parecía importarles lo que ocurría. Supongo que para ellos navegar en ferri ya era cosa cotidiana.A lo largo del viaje −y de muchos otros− he visto cosas que me provocan asombro: flores, árboles, insectos, aves, edificios, monumentos, avenidas, paisajes urbanos y rurales. Y no pocas veces he notado que quienes viven rodeados de esas maravillas apenas las miran. Pienso entonces en esa mala costumbre que tenemos los humanos: acostumbrarnos. Vivimos la vida −la única que nos consta tener− como si todo fuera siempre igual. De vez en cuando ocurre algo lo suficientemente nuevo para sacudirnos, pero pronto pasamos la página y seguimos adelante.TE PUEDE INTERESAR: Buenos Aires: entre canciones y contradiccionesTuve la fortuna de nacer en una familia viajera. No éramos ricos, para nada, pero mis padres hacían un gran esfuerzo por ahorrar y destinar esos recursos a viajar. Muchos de esos viajes fueron en carretera, con mi papá al volante. Las lecciones más valiosas de mi vida las aprendí ahí, en el trayecto, sentado junto con mis dos hermanos en el asiento trasero, ese lugar que hoy muchos consideran “aburrido”, pero que para nosotros era espacio de juego y descubrimiento. Hoy admiro la capacidad de mis padres para inventar actividades, darnos lecciones a partir de lo que veíamos en el camino y hacer del trayecto, y no solo del destino, algo digno de ser vivido.Hoy en día, muchos padres ya no tienen ese “problema”. Basta con permitir que sus hijos lleven un dispositivo con pantalla para que mantengan el mismo ánimo de siempre: distraídos, pero no necesariamente presentes. Muy probablemente así estarán desde antes de salir, hasta después de llegar a la playa −o adonde sea que vayan−, salvo que les retiren la pantalla. Entonces sí, surgirán otras emociones, no tan agradables.No estoy en contra del uso de dispositivos, al contrario: soy un entusiasta de la tecnología y de las maravillas que nos ofrece. Pero sí estoy en contra de la monotonía. Me gusta que haya variedad, y que esa variedad incluya pantallas, sí, pero también momentos para mirar hacia afuera. Porque, y esto me devuelve al ferri, cuando el barco zarpa y Puerto Madero queda atrás, cuando sólo queda por delante la inmensidad del agua y el vaivén constante de las olas, el viaje puede volverse tedioso si uno no encuentra qué mirar, qué sentir, qué pensar.Instagram: @migcrespo migcrespo@hotmail.com

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