Gracias por leerme y atender estas letras. Usted, y nada más usted, ha pedido abonar la parcela de lo importante, demorarme en Ernest Hemingway, Mario Vargas Llosa, mi amado Francis S. Fitzgerald… Lea usted: alcohólico y enfermo, Hemingway se pegó un escopetazo con su rifle de cacería el 2 de julio de 1961. El tiro se lo metió en el paladar, en la boca, para así −y sin error alguno− callar, enmudecer para siempre. Sesenta y dos años antes había nacido en Oak Park, Estados Unidos, en 1899. Sí, Ernest Hemingway.Fue suicida, pero también fue Premio Nobel de Literatura. El galardón lo ganó en 1954, cuando cientos de leyendas circulaban en torno a él: su participación en al menos tres conflictos bélicos, su heroísmo en el frente de batalla; la práctica de un estilo periodístico conciso, ceñido, que influiría en la manera de redactar de las siguientes generaciones, y una mítica y heroica práctica y disfrute de los vapores etílicos que lo acompañarían hasta su final. TE PUEDE INTERESAR: Café Montaigne 344: Belleza, pasión y amor, la tríada insoportablePara Hemingway el vino “es una de las cosas más civilizadas del mundo y de las cosas materiales que ha alcanzado una mayor perfección, al tiempo que ofrece un disfrute y una apreciación posiblemente más amplios que cualquier otra cosa puramente sensorial que pueda ser comprada con el dinero”. Sin duda, caray.A propósito del autor de “París era una Fiesta”, la escritora Simone de Beauvoir cuenta en sus memorias de cuando conoció al futuro Premio Nobel en el Hotel Ritz de París. En ese entonces bramaba ya la Segunda Guerra Mundial, y la Beauvoir escribiría: “Esa noche Hemingway, que era corresponsal de guerra y que acababa de llegar a París, tenía una cita con su hermano en el Ritz, donde se alojaba; el hermano había sugerido a Lise que lo acompañara y que nos llevara a (Jean-Paul) Sartre y a mí. El cuarto en el que entramos no se parecía en nada a la idea que yo me hacía del Ritz; era grande, pero feo, con sus dos camas de barrotes de cobre; en una de ellas Hemingway estaba acostado, en pijama, con los ojos protegidos por una visera verde; sobre una mesa, al alcance de la mano, había una respetable cantidad de botellas de whisky consumidas hasta la mitad o completamente vacías”.El final es digno de la vida azarosa, pasional e intensa del novelista y periodista norteamericano: Sartre se iría hacia las tres de la noche con una buena cantidad de whisky ingerido y en condiciones poco convenientes; Beauvoir se quedaría con el novelista… “hasta el alba”.Tengo una fotografía ya ajada de Hemingway. Fue tomada en su casa de La Habana, paraíso al cual llegó por primera vez en 1928. El paraíso se le clavaría en las pupilas e influiría a tal grado en su escritura que aquí, y no en otro lugar del mundo, fue donde surgió la idea seminal del relato “El Viejo y el Mar”, obra considerada cumbre en la ola de su literatura.La fotografía muestra al escritor en plena faena sobre su escritorio. Su mano derecha sostiene una pluma estilográfica y la izquierda sostiene su mejilla, a la altura de su patilla blanca. Lleva unos pantalones cortos holgados, propios para soportar el infernal calor de La Habana, y una camisa tipo guayabera, de fino algodón blanco. Atrás, atestadas, varias estanterías soportan, estoicas, los libros del novelista. ESQUINA-BAJANEn sus primeras visitas, Hemingway llegaba a Cuba y se instalaba en el Hotel Ambos Mundos. Se iba de pesca con los nativos, con los pescadores y, luego de la faena, se apoltronaba en las mesas y sillas del bar “Floridita”, donde daba cuenta de los famosos daiquiris dobles. Hoy la bebida y el mezquino lugar son tan famosos que es una catedral para la peregrinación y veneración hacia los lugares preferidos por el autor de “Adiós a las Armas”.Para el escritor colombiano Gabriel García Márquez, el mejor cuento que se haya escrito es uno de Hemingway, titulado “La Breve Vida Feliz de Francis Macomber”. La historia es sencilla, pero la simbología, tipología, lecturas y desdoblamiento son ingentes.TE PUEDE INTERESAR: Block de Notas (58): Los asesinatos son en tiempo realMacomber sale a matar en la estepa africana a un león o a un búfalo, sale temblando de miedo a matar y, al final, se encuentra al fiero león. Temblando de miedo lo mata, temblando de miedo alza el fusil y apunta, y al final lo abate. En una charla entre Gabriel García Márquez y su examigo, el también escritor Plinio Apuleyo Mendoza, el santo de Aracataca, Colombia, le confiesa: “Yo soy Macomber. Mejor dicho, todos somos Macomber. Todos tenemos que cazar un león. Algunos hemos llegado a hacerlo. Pero temblando”. La metáfora sugerida por Hemingway es poderosa: todos tenemos miedo, todos temblamos de miedo ante nuestro destino: matar un león, cambiar de trabajo, cambiar de residencia, cambiar de ciudad, enfrentar una pertinaz enfermedad, enfrentar un problema económico… ¿Lo nota? Todos somos Macomber. Ernest Hemingway, como su personaje, Macomber, luchó todo el tiempo contra el miedo y sus sombras. Luchó a tal grado que hasta el tiro que se pegó en la boca no fue un acto de cobardía, no; fue un acto de valentía que lo liberó de este mundo, al cual ya no pertenecía. Los suicidios siguen en la región y van en aumento, para desgracia de nuestros jóvenes acalambrados y atiriciados. LETRAS MINÚSCULASTodos somos Macomber, intentando matar a nuestro propio león interior. O bien, liquidando nuestro más ancestral terror: el miedo. ¿A qué?
Powered by WPeMatico