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Para Esmeralda, tener su propio negocio no significa tener control total sobre su tiempo. Ser su propia jefa solo le ha dado la certeza de que cada cita, cada clienta, cada ingreso, tiene que ajustarse primero al ritmo de un niño de dos años que todavía no va a la escuela.
“Mi mayor reto es encontrar la manera de administrar mis tiempos para poder cumplir con mi niño y con mi trabajo”, menciona.
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En el espacio donde atiende, una habitación adaptada como estudio en su casa, transcurre su vida entre manicuras, peinados y dibujos animados de fondo. El trabajo depende de que alguien pueda ayudarle a cuidar al niño.
La mayoría de las veces ha encontrado este apoyo en su mamá; otras, en el papá del niño, de quien está separada y que lo ve algunos fines de semana. Cuando no hay nadie disponible, Esmeralda reorganiza todo. Postergar una clienta, incluso perderla, es mejor que dejarlo sin atención.
Su emprendimiento es una solución y un sacrificio a la vez: una manera de salir adelante que se construye sobre la flexibilidad, pero también sobre el agotamiento.
Como ella cada vez más madres en México optan por el emprendimiento o el trabajo por cuenta propia al no encontrar opciones laborales que se ajusten a sus responsabilidades de cuidado. Pero aunque esto parece una solución ideal, la realidad es mucho más compleja.
Según el Inegi (2022), más del 50 por ciento de las mujeres ocupadas en México trabaja en el sector informal, y entre ellas, las madres solteras y jefas de familia son quienes enfrentan las condiciones más vulnerables.
Una de las principales desventajas es la falta de seguridad social: si sus hijos requieren atención médica, deben resolverlo por su cuenta. A esto se suma la variabilidad de los ingresos que dificultan la planeación financiera, sobre todo en épocas de baja demanda.
